26 de octubre de 2010

9 de octubre de 2010

30 de septiembre de 2010

25 de septiembre de 2010

23 de septiembre de 2010

21 de septiembre de 2010

Relictos de un mercado

Érase una vez Betatonio. Érase una vez películas en beta y vhs. Luego, el grande Blockbuster llegó con luces hollywoodenses y películas de caja roja, las de estreno y sólo de una noche; las azules, de dos noche y los clasicos verdes, de tres noches. Empezaron las promociones, alquila 2, lleva 3 o alquila 3, lleva 5 y además paga 10 000 pesos y recibe un litro de helado de vainilla.

Aterrizaron los dvs y los quemadores. Ese día inició la agonía de las promociones de alquiler, de betatonio y de blockbuster. Los andenes de las calles se han plagado de películas de estreno, empacadas en bolsitas precarias con carátulas descoloridas. Por solo 2000 pesos evítese la ida al cine, la suscripción a una tienda de alquiler y vea lo último de cartelera en casa.

A pesar de este panorama desolador para la industria cinematográfica, aun quedan relictos de alquileres de peliculas originales en Bogotá. Hasta cuando?

17 de septiembre de 2010

Camino al trabajo

La Barbie de Guernika, famosa pasteleria de la carrera decima con calle 21, mide un metro y diariamente luce un vestido y peinado diferentes. Le gusta usar atuendos flamenqueros y sonreir a las lindas obras de la carrera décima.

Camino al trabajo

El maní de Santos y la subsistencia en la 7ma

Reflexiones de un pensador alemán

Los baches de la ciudad

14 de septiembre de 2010

Tarde bogotana

Peligro, excavación profunda - Trabajos interminables de la décima. Bogotá.

Tener cuidado con las excavaciones profundas, asegurar las paredes para evitar las remociones y sobre todo, use casco. Fase III Transmilenio.

11 de septiembre de 2010

Los silencios del bosque


La lluvia siempre llega después del almuerzo, viene con el calor de un postre con un café de campo. Eso es lo que ocurre con certeza en este lugar, el santuario de fauna y flora Otún Quimbaya. Son casi las tres de la tarde y ahora me refugio de la lluvia en un cuarto de una de las casas de esta zona cafetera, luego de una mañana en las entrañas del bosque subandino. Queria tomar fotos de aves en la madrugada pero realmente estaba tan a gusto entre las cobijas que preferí no salir de ahí. Salí a las 9, luego del desayuno, a caminar por el sendero "los bejucos", uno fácil de 50 minutos. Los movimientos del bosque poco a poco ocultaron mis pasos sobre el lodo y las hojas secas. Me dejé llevar por el camino, tanto que mi primer susto fue un sonido seco del movimiento de unas ramas, seguido por el relinchar de un ave. Era una pareja de pavas que, al oir mis pasos, reaccionó con alaridos alejándose de mi. Sólo vi el balanceo de las ramas.

Caminé más despacio, consciente del sonido de mis pisadas, así el bosque me dejó entrar en el. Escuché aves y bichos. Un pájaro barranquero fue la primera fotografía que tomé, tiene la cabeza azul metalizado y la cola dividida por dos líneas cuyo final tiene la forma de un diminuto abanico. Seguí avanzando, pensaba en las historias de Guido, un funcionario del santuario, quien me contó el día anterior que en los 14 años que lleva trabajando en el lugar, sólo había visto dos veces un puma. La verdad, me estremecía un poco la idea de saber si me iba a encontrar ese gran felino sola. Pero en realidad, los sonidos más fuertes eran siempre de pavas asustadas o bien de micos aulladores. Estos mamíferos aullan como si avisaran que es el fin del mundo. Se encuentran a lo alto de los yarumos y se desplazan en grupos donde un macho alfa manda la parada. Guido, quien me buscó al final del sendero, me explicó que el macho alfa organiza y controla todo movimiento del grupo. En las mañanas, el grupo se organiza en línea, separados por troncos y se disponen a hacer sus necesidades en las alturas de forma sincronizada. Cada grupo está compuesto por machos y sólo una hembra. Cuando un macho del grupo se quiere aparear, tiene que disputarse la hembra con el macho alfa. El que pierde tiene que abandonar el grupo y por lo general, va en busca de otra hembra que se roba de otro grupo para formar uno nuevo. Pero esto no es lo mas interesante de estos mamíferos. Resulta que si una cría se llega a caer de un árbol, el grupo espera que suba de nuevo y cuando los encuentra, la hembra lo coge a palazos con las ramas. El pobre, bien aporreado por la caída, tiene que aguantar el regaño de la madre, quien le recuerda que de la torpeza sólo queda el dolor.

Las aves de poca gracia y pequeñas cantan melodiosamente al bosque. Los sonidos más disonantes provienen de las aves más coloridas, esto me produce tanta gracia como el hecho de que las hembras son siempre las más feitas y simples, a diferencia de los machos, coloridos e imponentes. Guido me cuenta que las aves siempre están en pareja, macho y hembra, y si llegase a morir la hembra, el macho no busca una nueva y la muerte se lo lleva pronto..

Sigue lloviendo, de nuevo estoy dentro de las cobijas pasando la tarde y recordando mi clase de comportamiento animal.

6 de septiembre de 2010

Encrucijadas

25 de abril de 2010

The hole in my pillow y la memoria promiscua


Me he vuelto una perezosa para los oficios bloggeros y no es para menos, porque cuando haces carreras de velocidad, en los 100 metros sólo escuchas el disparo de la señal de salida, respiras dos veces y ya estás en la línea de la meta tratándo de bajarle la velocidad. Entonces en realidad no es pereza sino un sinfín de menesteres, a velocidad de 100 metros, mezclados con un poco de procastinación. Así han pasado los últimos 5 años de mi vida.

No menciono la velocidad por azar, es precisamente porque todo transcurre tan rápido que hoy domingo vuelvo a refugiarme en este espacio virtual, para recordar mi olvido. Me he dado la tarea de hacer una retrospección a causa de unos resaltos en la vía, por fortuna ho hay heridos graves. Me encontré con una cartulina gruesa, rígida y poco manipulable, una superposición de cartas de oficio, de papel reciclado, de recortes de periódicos y de fotografías. Todas estas láminas estaban unidas, tupidas y sin ninguna voluntad para dejar ver a su compañera. Sólo las más recientes dejaron ver su rostro. Busqué unas pinzas de laboratorio y en los buses que tomo hacia el trabajo, también en los almuerzos y en mis lecturas de Hector Abad y Murakami me he dedicado a despegar cada lámina de la cartulina y a descomponer eso que llaman m e m o r i a.

El gato me ha escuchado, se ha burlado y me ha acompañado entre cervezas y empanadas argentinas. Mr. Owen el memorioso (le ruego me disculpe porque aún no descubro su historia por completo) ha sacado balotas rojas de la bolsa, me advierte y se rie con Alicia porque ella es más necia que yo pero ambas corremos con muy buena suerte (aunque no se si Lewis Caroll hablaría de "suerte" o de un bondadoso azar... o ninguna de las anteriores). Al Orinoco le agradezco por dialogar con mis tripas, a mi cámara por mantenerme despierta y a Champourcín por ser el eco de la aventura.

Me quedan aún metros de láminas por explorar, pero esto es un buen chocolate y hay que disfrutarlo: si se come de un sólo bocado puede causar indigestión severa. He visto muchos rostros amables, que en muchas ocasiones me han abierto los brazos y me han dado un empujón en la carrera. Otros me han dado lecciones de vida, a pesar de que de vez en cuando me sienta tentada de caer en los mismos errores. Me pregunto a quién habré dado un empujón, a quién habré abierto los brazos y quién o quiénes me recordarán con la fuerza que yo los recuerdo ahora. No lo se con certeza. Creo que apoyarse en una velocista no debe ser muy buen negocio, al menos yo lo pensaría dos veces. Supongo que quienes siguen a mi lado lo están por algo más que un empujón que yo haya podido darles, pues no soy la única que se la pasa en carreras.

Mi recuerdo es de una identidad escurridiza, puede ser un lugar, un espacio con colores definidos y están acompañados siempre de un sentimiento en particular. Esto traído al presente se mezcla con la nostalgia, porque muchas veces queremos recordar lo bueno de haber sido/hecho/tenido o vivido. Es engorroso recordar los errores, es doloroso recordar que nos equivocamos y es mucho más fácil olvidar lo que no respalda el que queremos ser.

Hoy mi memoria es promiscua porque es explorada por los ojos de la niña del cambio climático, que también es Ana Bradbury, figuefresca, Caro, la del afro ochentero, la que tiene un geniecito templado, la que se ha equivocado. Mi identidad es tan sensible como la de un espejo de agua (en el que alguna vez Julieta escurrió sus zapatos, del charco que se formó desupés de un aguacero o de humedal que ha sobrevivido a las inclemencias del sistema climático).

The hole in my pillow era el título de mi antiguo blog, ahora lo he titulado "Memoria promiscua" para darle rienda suelta a la promiscuidad del recuerdo.


14 de marzo de 2010

Impresiones de Oriente, Korea del Sur (1)

Después de una larga espera en Nueva York finalmente nos subimos en el avión de Air Korea, el que nos llevaría a Seul en 14 horas. El avión olía a condimentos y ajo. Las asafatas lucían elegantes vestidos que combinaban blanco y azul cielo satinado. Pocas veces se ven orientales en Bogotá y es difícil diferenciarlos a priori pues la mayoría tiene el pelo negro y liso, además de los ojos alargados. Resultaba más fácil diferenciar a las asafatas por sus combinaciones alternadas de blanco y azúl en sus uniformes, unas con más blanco y otras con más azúl. Sus rostos, blancos como la nieve que nos recibió en Seul, son delicados y frágiles como lo son sus cuerpos.

El avión se dirijió hacia el polo norte y seguimos el sol las 14 horas, sobrevolando el desierto blanco del norte de Canada y el Estrecho de Boering. Blanco, nunca había visto tan variadas texturas de este color y tan dramáticas también: grietas azules sobre la superficie congelada, innumerables picos y montañas del lado del continente asiático eran sin duda un paisaje estremecedor.

Seul nos recibe de noche, con lluvia y 3 grados de temperatura. Salimos del avión, luego un bus, luego un taxi. Avisos de neón por todas partes, letras incomprensibles con ocasionales traducciones al inglés. El GPS del taxista le idica en coreano hacia cuál dirección debe dirigirse. Finalmente llegamos al centro de entrenamiento del gobierno para sus programas de cooperación internacional, KOICA. En las habitaciones nos esperaba una cama calientica y comida ligera de última hora: yogourt coreano y lichis. Habíamos completado 30 horas de viaje y habíamos viajado 14 horas en el tiempo. Mientras que en Colombia se levantan, en Corea nos vamos a la cama.

El gobierno coreano me dio una beca para tomar un curso sobre cambio climático y prevención de desastres, una beca muy generosa que comparto con un grupo de gente muy interesante: Tanzania, Nepal, Fiji, Filipinas, Cambodia, Myanmar, Timor del Este, Papua Nueva Guinea, China, Honduras y claro, Colombia. La relación entre los países invitados aún no la entiendo muy bien, pero lo cierto es que hacemos parte de los países, mal llamados, "subdesarrollados". Tratamos de comunicarnos en inglés pero realmente nuestras diferencias de dicción, entonación y pronunciación varían de boca en boca, y son 21 sin contar los guías coreanos. Los nepalíes mueven los labios pero no mueven un milimetro la mandíbula. Los de Papua hablan inglés como si estuvieran en la costa y la brisa del mar no dejara llegar a mis oidos sus palabras. Sin embargo, poco a poco nos hemos entendido y hemos aprendido de nuestros países y culturas.

En la primera lista de asistencia que circularon, pidieron que indicaramos nuestra religión y la mayoría de los asistentes son budistas. Entre nos, me sentí incómoda al escribir ninguna, admiro a quienes creen y tienen esa fe, sobre a todo los budistas. Llevo siete días en Corea del Sur, he aprendido mucho sobre Asia Pacífico y poco, pero lo esencial, para la supervivencia en Corea: la comida tiene mucho ajo (mi cuerpo no lo tolera en grandes cantidades); el "kimchi" es como la papa en colombia, está en todas partes, la comen fría por lo general, lleva mucho ajo y picante (cuando nos van a tomar una foto decimos "kimchi!"); hola se dice "anyo ha se yo" y "kakasimeyo" quiere decir que algo está muy costoso. El coreano está lejos de mi alcance y hasta los nombres de los coreanos son difíciles de pronunciar, pero los más comunes como Kim, Young, Lee y Chang se recuerdan con facilidad.

La sociedad del diamante. Luego del fin de la ocupación japonesa hacia mediados del siglo XX, la península de Corea fue dividad por el paralelo 38 en Corea del Norte y Corea del Sur. En el contexto de la guerra fría, cada uno de los países tomó decisiones políticas que hoy se reflejan en diferencias radicales desde un punto de vista político, social y económico. Corea del Sur logró un crecimiento económico que en 50 años reconstruyó al país y lo hizo una potencia mundial, sobre todo a partir del desarrollo de tecnologías de última generación. Cada vez que yo pensaba en tecnología de punta nunca dimensioné las implicaciones que podría tener en el día a día de una sociedad que vive de ella. En el metro la gente poco habla por celular, pocos leen como si se ve en ciudades Europeas. En el metro la gente ve televisión en dispositivos grandes como la palma de una mano. Por lo general ven novelas coreanas y la verdad no me puedo imaginar cómo es un drama en una novela coreana contemporánea. En los baños, los inodoros tienen un pequeño computador al lado de la tasa, sobre todo en restaurantes y hoteles, no me he atrevido a utilizarlos hasta el momento, pero lo haré con seguridad antes de irme. Las funciones que cumple este aparato es mantener la taza a temperatura corporal y disparar chorros de agua con diferentes intensidades y se puede escoger hacia donde se quiere dirigir el chorro. Las luces de las habitaciones se pueden controlar con el teléfono.

Pero los 50 años de desarrollo acelarado de los coreanos tienen unos efectos híbridos a nivel social: durante una 40 minutos de nuestra ruta en el metro de Seul se subieron cuatro vendedores diferentes: capas impermeables, aparatos multiusos, banditas/curas y sopas de calamares en polvo. Cada personaje tenía su discurso muy bien preparado y hablaban con seguridad de sus productos, parecía que le podían solucionar a uno la vida y darle paz en la reencarnación, eternidad, etc. En algunos almacenes locales la calefacción es generada por estufas negras de barro, que tienen incorporado un tubo de aluminio el cual conduce el humo al exterior del recinto.

Los coreanos no paran de trabajar. Los jóvenes en el colegio tienen clases hasta las 3pm pero se quedan en la escuela hasta las 10 pm repasando y estudiando, todos los días. Mi primera noche en Cheonan, una ciudad cerca de Seul, vi muchos jóvenes con uniforme más allá de las 10 de la noche, además de peluquerías abiertas las 24 horas y almacenes de veta de perro hasta la media noche. El tradicional perro chiguagua se consigue con facilidad a las 11pm entre otros como los french puddles con peinados neuróticos y gatos. El tipo de vivienda que se encuentra en este país me ha sorprendido: se contruye masivamente hacia lo vertical: poco espacio y muchas montañas para 50 millones de coreanos. Los inmuebles multiplican la aburrición en torres idénticas de más de 30 pisos, pálidas y con ventañas pequeñas.

La retirada del invierno tal vez tranforme de alguna forma las prácticas diarias de los coreanos, desafortunadamente no estaré acá para comprobarlo. Por ahora me quedan 13 días y espero que hacia el final podamos ver el famoso Cherry Blossom.

Les debo las fotos.

20 de enero de 2010

la versión de Ref: "La perspectiva del Tiempo"

El pintor, según Leonardo, debe estar versado no sólo en un tipo de perspectiva. La distancia es tan importante para el tamaño de los objetos como para la gama de los colores. Algunos tonos tienden a oscurecerse a determ

inada hora y otros alcanzan una mayor intensidad. Así el aire enrarecido y la neblina tiñen de gris la cresta de las montañas, y al paso de las intensas corrientes de viento la enorme sombra de las nubes camina despacio sobre los pinos… La risa de Alejandro me interrumpió: el repicar de campanas sonaba a lo lejos tras el simpático tránsito de tres vacas. Del Tratatto de Da Vinci regresé a las montañas escarpadas, de meditar acerca de los colores sentí unos brazos tibios envolviendo mi cuerpo. Estábamos en Suiza.

 

Sucedió la última tarde en Berna. Por una de las calles que desemboca a la glorieta había una boutique. De lejos imaginé que vendía antigüedades y que habría fotos envejecidas en portarretratos dorados, pero cuando me acerqué vi un par de afiches y un teatro miniatura: justo en el centro del telón había un arlequín dibujado en tinta negra. Alrededor vi varios escenarios diminutos rodeados de palcos y asientos, con figuras hechas sin mucho detalle, todo construido en papel y cartón, cubierto con colores claros. Tomé unas cuantas fotografías y entré. Al fondo, reclinado sobre un escritorio, había un hombre que miraba a través de una lupa mientras abría y cerraba unas tijeras. Lo saludé.

 

Intercambiamos unas cuantas palabras. Su voz dejaba entrever cierta melancolía que podía confundirse con dulzura. Cada vez que yo hablaba él movía con suavidad la cabeza como si esperara un secreto. Alcé la voz un poco. Él tomó de nuevo asiento y delante de la lámpara advertí algunos pedacitos de papel prendidos a su traje. Alrededor se levantaban varias estanterías cubiertas con escenarios de cartón y afiches de óperas casi descoloridos. Había libros de gran formato sobre las mesas y también en atriles obras abiertas de par en par llenas de recortes de diarios viejos. Apenas miró mi cámara fotográfica me sonrió.

 

Era el primer día que abría después del accidente. Se había raspado un poco las rodillas y todavía le dolía el brazo, pero ahora que volvía a su boutique se sentía bien… “Calypso”, era el nombre, “Calypso” porque había participado en la expedición de Cousteau llamada así; después de la muerte de su esposa, hace ya nueve años, decidió abrir la boutique y se dedicó a fabricar y vender escenarios diminutos de las óperas más reconocidas. Me habló de sus intérpretes favoritos, de las piezas de Mozart, me miraba detenidamente esperando que yo le preguntara algo, y siempre sentía la necesidad de explicarme quiénes eran esas personas que mencionaba con tanto afecto. Hablaba de los años cuarenta, de los sesenta, confundía a menudo las décadas como si convergieran en un mismo momento los miles de días que había vivido… Tantas personas, el señor Cousteau, su esposa, el asombroso viaje a la luna, la ópera… Me mostró una de sus obras maestras. Era un libro que tenía a un lado las ilustraciones clásicas de Veinte mil leguas de viaje submarino y al otro algunas fotografías de la expedición Calypso; claro, me dijo riéndose, ni modo de comparar al Capitán Nemo con el capitán Cousteau. También tenía un libro parecido con las fotografías del viaje a la luna y las ilustraciones clásicas del libro de Verne, en ambos pareciera que la diferencia entre la imaginación y el recuerdo fuera la diferencia entre la tinta negra y el color. Durante el rato que estuve, siempre con un francés elegante y una voz recia, me contó varias historias a la luz de un par de lámparas. Al final, no sé si por el brillo de la madera, sentí el lugar tibio.

 

Tenía noventa y dos años. “Y el señor Cousteau me decía joven”. Miró el retrato del explorador y me sonrió queriendo saber sin preguntarme cuánto años tenía: veintitrés, veinticuatro… Le pedí que me permitiera tomarle una foto justo en la entrada de “Calypso”. Primero limpió su chaqueta de pelos de gato y de pedacitos de papel, vestía una camisa blanca con el cuello abierto, era delgado, se cruzó de brazos con una actitud tranquila y mirando el lente de mi cámara, con su rostro fino y el mentón pronunciado, se reclinó sobre el marco de la entrada: click: en la entrada él con un traje que tenía el mismo tono del muro, gris; a un lado en forma de medialuna la vitrina; al interior un aviso que se lee con dificultad, en castellano: “Toma algo de tiempo para soñar”.

 

Cuando le conté a Alejandro sentí que llevaba conmigo algo extraño y maravilloso. Él me terminó contando la historia de los jardines japoneses, de las peleas de grillos en china, de los barcos encerrados en las botellas de cristal. Preferimos hablar del arte de la miniatura y no de la naturaleza del recuerdo. Ninguno de los dos supo dónde aparecía una isla llamada “Calypso”. En el visor de mi cámara vimos una a unas las fotos de Berna, él se detuvo en las montañas y en las fotos de la boutique, yo quise pensar a los recuerdos como miniaturas de lo que vivimos, pero cuando vi desde la ventanilla del avión la sombra de las nubes y la altura de las montañas, sentí que la perspectiva no le pertenece sólo al espacio y a los colores. Claro, el lienzo espera un pintor. Digamos por ahora que en la vida la memoria es el punto de fuga del tiempo.