25 de abril de 2010

The hole in my pillow y la memoria promiscua


Me he vuelto una perezosa para los oficios bloggeros y no es para menos, porque cuando haces carreras de velocidad, en los 100 metros sólo escuchas el disparo de la señal de salida, respiras dos veces y ya estás en la línea de la meta tratándo de bajarle la velocidad. Entonces en realidad no es pereza sino un sinfín de menesteres, a velocidad de 100 metros, mezclados con un poco de procastinación. Así han pasado los últimos 5 años de mi vida.

No menciono la velocidad por azar, es precisamente porque todo transcurre tan rápido que hoy domingo vuelvo a refugiarme en este espacio virtual, para recordar mi olvido. Me he dado la tarea de hacer una retrospección a causa de unos resaltos en la vía, por fortuna ho hay heridos graves. Me encontré con una cartulina gruesa, rígida y poco manipulable, una superposición de cartas de oficio, de papel reciclado, de recortes de periódicos y de fotografías. Todas estas láminas estaban unidas, tupidas y sin ninguna voluntad para dejar ver a su compañera. Sólo las más recientes dejaron ver su rostro. Busqué unas pinzas de laboratorio y en los buses que tomo hacia el trabajo, también en los almuerzos y en mis lecturas de Hector Abad y Murakami me he dedicado a despegar cada lámina de la cartulina y a descomponer eso que llaman m e m o r i a.

El gato me ha escuchado, se ha burlado y me ha acompañado entre cervezas y empanadas argentinas. Mr. Owen el memorioso (le ruego me disculpe porque aún no descubro su historia por completo) ha sacado balotas rojas de la bolsa, me advierte y se rie con Alicia porque ella es más necia que yo pero ambas corremos con muy buena suerte (aunque no se si Lewis Caroll hablaría de "suerte" o de un bondadoso azar... o ninguna de las anteriores). Al Orinoco le agradezco por dialogar con mis tripas, a mi cámara por mantenerme despierta y a Champourcín por ser el eco de la aventura.

Me quedan aún metros de láminas por explorar, pero esto es un buen chocolate y hay que disfrutarlo: si se come de un sólo bocado puede causar indigestión severa. He visto muchos rostros amables, que en muchas ocasiones me han abierto los brazos y me han dado un empujón en la carrera. Otros me han dado lecciones de vida, a pesar de que de vez en cuando me sienta tentada de caer en los mismos errores. Me pregunto a quién habré dado un empujón, a quién habré abierto los brazos y quién o quiénes me recordarán con la fuerza que yo los recuerdo ahora. No lo se con certeza. Creo que apoyarse en una velocista no debe ser muy buen negocio, al menos yo lo pensaría dos veces. Supongo que quienes siguen a mi lado lo están por algo más que un empujón que yo haya podido darles, pues no soy la única que se la pasa en carreras.

Mi recuerdo es de una identidad escurridiza, puede ser un lugar, un espacio con colores definidos y están acompañados siempre de un sentimiento en particular. Esto traído al presente se mezcla con la nostalgia, porque muchas veces queremos recordar lo bueno de haber sido/hecho/tenido o vivido. Es engorroso recordar los errores, es doloroso recordar que nos equivocamos y es mucho más fácil olvidar lo que no respalda el que queremos ser.

Hoy mi memoria es promiscua porque es explorada por los ojos de la niña del cambio climático, que también es Ana Bradbury, figuefresca, Caro, la del afro ochentero, la que tiene un geniecito templado, la que se ha equivocado. Mi identidad es tan sensible como la de un espejo de agua (en el que alguna vez Julieta escurrió sus zapatos, del charco que se formó desupés de un aguacero o de humedal que ha sobrevivido a las inclemencias del sistema climático).

The hole in my pillow era el título de mi antiguo blog, ahora lo he titulado "Memoria promiscua" para darle rienda suelta a la promiscuidad del recuerdo.